Quiero compartir con vosotros una entrada que publiqué hace mil años. Entonces yo tenia 43 años, una niña pequeña y subia a casa por las escaleras. Algunas cosas las cambié porque, sorpresa, me hice mayor.
Piscina municipal de Hospitalet. 9:00 de la mañana, de 2012. Llevo mi bañador, mi horroroso gorrito azul y mis chancletas anti pie de atleta (creo). Escojo pista vacía y decido hacer unos largos.
Hasta aquí todo perfecto.
Olvidé deciros que no he ido a hacer largos desde hace unos...¿20 años? Vale. Seguramente no será excusa para lo que me sucedió a continuación, y que ha motivado el título de este artículo.
Ahí estaba yo, dando brazadas como podía por mi pista, cuando pasa por mi lado uno de esos yayos jubilados, de mas de 80 años, como una exhalación. Fiu y ¡ya estaba de vuelta!. Mientras yo intento llegar al final de mi primer largo (que largo que es, mare de Deu) el abuelete ya ha ido y venido. Disimulo en un rinconcito que estoy relajándome en el agua y reflexiono en la idea que tengo de lo que ha de ser un abuelete. Si doy un vistazo a mi información social, a la literatura y/o publicidad, a la llamada sabiduría popular que forma parte de mi cultura y de la vuestra (no disimuléis), la cosa no puede estar mas clara.
Un abuelete es aquella persona mayor, pobrico, que ya no produce nada, que no le interesa ya nada mas que estar tranquilito, inflexible y cabezota, decadente intelectualmente o, según como, pozo de sabiduría adquirida con la experiencia.
Pues ¡va a ser que no!
Esta es la imagen estereotipada que todas las personas tenemos integrada de lo que es o debería ser una persona anciana. Romper con esto implica observar y acceptar las diferentes maneras de envejecer. También implica tener en cuenta que las funciones cognitivas pueden decaer por falta de uso y no necesariamente por edad.
El ser humano no termina su desarrollo psicológico con la vejez. Continua hasta el final con aprendizajes nuevos y adaptación a nuevas circunstancias vitales. Ha quedado ampliamente demostrado que la creencia de que el deterioro físico evidente de la edad siempre vaya acompañada de deterioro en el plano psíquico, es falsa.
Cuando pienso en la vejez siempre me pregunto en que fecha empieza, cual es la edad barrera en la que debes cambiar tu manera de vestir y actuar porque, ¡ahi va! ¡me hice vieja!
Siempre pienso en que mi madre empezó a hacerse vieja a los 55: esta ropa no es adecuada para mi edad; yo ya no puedo hacer lo mismo, si lo sabré yo que ya no tengo edad; hay hija yo ya no estoy para estas cosas. Recuerdo aquí a mi abuela. Recuerdo que tenia unos 80 años cuando me dijo: hija, no puedo darte dinerillo porque tengo que guardarlo para cuando me haga ¡vieja!. Y tenia razón, la mujer tenia mucha razón. Con 98 estaba, no podia casi andar, no salia de casa, pero devoraba libros policíacos a montones con la ayuda de su lupa y entendia perfectamente todo cuanto le pudieras explicar (otra cosa es que quisiera). Mi abuela fue vieja cuando se murió, con 102 años.
La vejez, como el género, la etnia o el poder adquisitivo, se ve mediatizada por imágenes estereoripadas que pueden conducir a que la propia persona se identifique con ellas y reduzca sus propias posibilidades. Ser viejo no es lo mismo que sentirse viejo. La etiqueta puede proteger pero a la vez limita. No hay que pensar en que puede o no puede hacer una persona vieja. Hay que pensar que puede hacer esa persona en concreto, ahora.
Un abrazo
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